Entrevista a Alfredo Mora
La buena administración de los recursos económicos depende más del sentido a común que de habilidades profesionales. Para conocer los principios fundamentales que deben guiar este aspecto del ministerio, Apuntes Pastorales dialogó con Alfredo Mora, pastor con una formación académica en Ciencias Políticas y Administración de Empresas. Él ha enseñado durante dieciséis años en programas de maestría sobre estrategia empresarial y desarrollo organizacional. Es también un consultor de empresas, ministerios cristianos e iglesias sobre este tema.
AP . ¿Alfredo, qué beneficios trae a la iglesia una buena administración financiera?
AM - Pareciera ser que la iglesia le tiene mucho temor a las finanzas en general. Es un tema poco conocido y poco conversado. Se enseña más de los problemas de las finanzas que de las ventajas y de las bendiciones de una buena administración. Yo diría, primero que todo, que el mundo y la sociedad que nos ha tocado vivir están afectados por las finanzas. Son un medio de comunicación, implementación y operación de nuestros proyectos, y dicen mucho acerca de lo que somos como personas. Hablar de finanzas, entonces, es hablar más que de números, porque tiene que ver con nuestro testimonio personal y el Dios en que hemos creído.
Administrar bien las finanzas significaría, como mínimo, tener una visión muy clara de cómo se debe trabajar este asunto: planear de dónde se van a obtener, cómo se van a recibir, cómo van a ser registradas y cómo se van a asignar según los planes y prioridades estratégicas. Eso acarrea varias ventajas:
Garantiza orden, transparencia y un adecuado empleo de los recursos en el ministerio; de esta forma uno se puede convertir en receptor de más recursos.
Ofrece claridad con respecto a lo percibido y los recursos con que se dispone. Así se facilita el ejercicio de la rendición de cuentas a quienes han aportado recursos, ya sea clientes, compradores o donantes que confiaron en determinado programa. Cuando las rendiciones son claras es posible establecer relaciones de confianza, permanentes y más estables.
Permite medir y controlar nuestro crecimiento. Con finanzas ordenadas es posible responder positivamente a una indicación divina de que es el momento de avanzar un paso más. Yo afirmaría que, en últimas instancias, el ministerio, en estas condiciones, se realiza con más estabilidad y menos estrés.
Multiplica el trabajo hecho, lo cual resulta de la relación producto-inversión-beneficio que se le da al donante o al cliente.
AP - ¿Qué capacidades requiere una buena administración de las finanzas?
Yo diría que las capacidades humanas que intervienen son muy evidentes. Por ejemplo, las finanzas como herramienta para la administración demandan conocimiento de modelos, formas y proporciones de su aplicación.
En mi opinión, una segunda cualidad muy importante es el sentido común. Aquí no me refiero tanto a una herramienta sino a una capacidad innata. Es una aptitud que facilita la asignación inteligente de recursos en situaciones específicas.
Un tercer talento es el discernimiento, es decir, decidir el correcto balance entre fe y conocimiento administrativo. ¿Hasta dónde debe ejercerse la fe como criterio administrativo y hasta dónde el conocimiento y la herramienta tienen que primar en las decisiones? Algunos juzgan que la administración y la fe se excluyen mutuamente. Pero yo estimo que la buena administración puede complementarse muy bien con la fe. El desafío es lograr el balance apropiado.
En mi experiencia personal he aceptado el desafío de combinar mi formación profesional con esa inspiración divina, esa sabiduría que ofrece un sentido común maximizado con el cual se suplen las limitaciones del método humano.
AP - Quisiera ampliar un poco este desafío: ¿cómo afecta la fe la forma en que administramos las finanzas?
AM - Yo diría que la fe es determinante en las finanzas, pero las finanzas son una forma ordenada de expresar la fe. Si se estudia el caso de Nehemías, por ejemplo, se nota que él fue esencialmente un planificador de recursos. No significa que careció de visión, sino que el Señor mismo puso en su corazón la visión de un proyecto, en este caso la restauración de la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, ante esta visión lo primero que hizo fue orar, creerle al Señor y empezar a utilizar su sentido común. De este modo determinó las herramientas que necesitaba para ejecutar la obra y cuando se presentó ante el rey, expuso correctamente todo su plan financiero, la movilización del capital, la solicitud de permisos, la protección especial, etcétera.
La buena administración opera sobre la certeza —proveniente de la fe— de que uno ha recibido un llamado y la convicción de que el Señor va a proveer lo necesario para esa empresa. Las finanzas entonces no son más que la expresión ordenada de la visión recibida. Controlan que los recursos se asignen según el propósito de Dios y de acuerdo con el ordenamiento básico provisto por las herramientas financieras. Eso significa que no deben despreciarse ni el propósito ni la soberanía de Dios sobre lo que él ha dotado.
Tener fe tampoco implica que el Señor desee la improvisación sobre los recursos. Si él, en su bondad, provee los dineros, entonces estamos bajo la obligación no solamente de recibirlos sino, como Nehemías, de administrarlos sabiamente. Cuando ejecutamos el proyecto de Dios con prudencia se deja ver que nuestra vida está sujeta al Señor. El desafío, entonces, es ejercer mucha fe y, cuando el Señor responde, ordenar con mucha sabiduría lo que él nos ha confiado.
AP -¿Dónde podríamos encontrar en la Palabra lineamientos para desarrollar una buena administración?
Yo he descubierto gran cantidad de principios financieros en Proverbios. Por ejemplo, la relación entre la fe y las riquezas está muy bien expresada en ese libro. También se encuentran abundantes enseñanzas sobre la prudencia en su manejo. La enseñanza sobre la administración de deudas y la procedencia los fondos también está bien nutrida. El libro de Proverbios también enseña la importancia de la rendición de cuentas.
En mi opinión, Jesús también advierte sobre no enfocar nuestra confianza en el dinero, pues eso significaría que no descansamos en la soberanía de Dios. Sin embargo, él mismo también nos enseña que el empleo de los recursos es parte de nuestra cotidianidad en esta vida. Empero, nosotros, siguiendo lineamientos tan claros como los de Proverbios, deberíamos encontrar la forma de coexistir con este mundo financiero sin incurrir en mayores problemas. No existe contradicción entre reino y finanzas, por ejemplo, o entre salvación y administración de recursos, o entre la fe y dinero. El asunto radica en entender que en su plan soberano Dios provee lo necesario para cumplir con una misión, pero también nos ha otorgado la libertad de decidir obrar correcta o incorrectamente. El hecho es que cuando seguimos un orden (aún en lo cotidiano) se pueden dar los pasos importantes hacia la santidad y el alcance de los propósitos que el Señor se ha propuesto para nosotros aquí en la tierra.
AP - No podemos hablar de finanzas sin meditar brevemente sobre los problemas más comunes que han surgido en la iglesia y los ministerios por su administración. A lo largo de su experiencia, ¿en cuáles asuntos ha observado que se cae con más frecuencia en un manejo errado o negligente de las finanzas?
AM - El primero y más trascendente es la falta de planificación. En mi opinión, este fallo resulta de una errada interpretación de la fe en el Señor. La frase popular, propia de América Latina, «el Señor proveerá», no siempre expresa fe en el Señor sino que, al contrario, denuncia irresponsabilidad por no ocuparnos de la tarea que tenemos de administrar adecuadamente los recursos. Resulta imposible disponer bien los dineros sin una correcta planificación. Es el mismo sentido de la parábola que acertadamente invita a reflexionar: «¿quién se sentará a hacer un edificio y no planea si tiene todos los recursos?». El primer gran error, entonces, es la ausencia de previsión, la falta de una visión del futuro y de lo que se necesita para cumplir la tarea que pide el Señor. En ocasiones, esta falta de previsión revela la inmadurez de los líderes que deciden cómo orientar las finanzas.
El segundo gran error, según entiendo, es permitir que cualquiera maneje las finanzas. Para esta labor se requiere de cierto criterio, no solamente del discernimiento espiritual, sino también profesional. Si la persona carece de capacitación profesional, al menos debe poseer algún conocimiento elemental que la proteja de errores por carecer de información (los errores de mala voluntad son otra historia). A este inconveniente se le suma el hecho de que los líderes se involucren significativamente en los asuntos financieros e intervengan en el manejo de los dineros. Yo creo que lo más prudente es dejar esa área a las personas con transparencia comprobada. Los líderes deben librarse no solamente de las complicaciones operativas sino también de ese gran peligro de un mal manejo de peculios, que mancharía considerablemente la imagen del líder y el ministerio.
El tercer error está relacionado con la falta de disciplina y de orden, notorias especialmente en América Latina. Pareciera ser que los latinoamericanos carecemos de la disciplina de manejar las finanzas con base en presupuestos, en los que se incorpore el flujo de cajas y las prioridades reales. La regla general pareciera ser que cuando hay dinero lo empleamos y lo distribuimos según nuestra opinión del momento, sin considerar las necesidades a largo plazo de la organización. Por eso la falta de conocimiento o la improvisación se prestan para que se tomen muy malas decisiones en el campo financiero.
Las finanzas deben ser una herramienta administrativa facilitadora, pero pasan casi inadvertidas en el quehacer del ministerio. Por eso la preocupación y la ansiedad incorporadas al ministerio por este asunto muchas veces viene a ser el mal manejo de los recursos, no la ausencia de ellos.
AP – Dentro de la congregación, si no quiere que los líderes lleven la responsabilidad del manejo de las finanzas, ¿quiénes serían las personas idóneas para esto?
AM - Prioritariamente buscaría personas que no tengan un puesto de trascendencia, pues este haría que las finanzas mismas se convirtieran en un obstáculo para su función inicial. Más bien, sería una especie de mayordomo de recursos que camine junto a los líderes, ayudándolos a tomar decisiones correctas y a implementarlas adecuadamente.
El segundo rasgo que buscaría es que sean personas cuyo corazón no esté en el dinero. ¡Esto es muy importante! El buen administrador debe ser un apasionado por el ministerio, que considera el dinero solo como un medio para lograr los objetivos de la obra. Esto lo menciono porque es muy común que aquellos relacionados con el dinero acaben confiando más en este que en el Señor. Por otro lado, el inmaduro puede terminar enamorado de los tesoros, que es semilla de muchas caídas de las que he sido testigo en América Latina.
En tercer lugar, debe ser una persona transparente, a quien no le moleste rendir cuentas, sea abierta y tome la iniciativa para informar acerca del manejo de las finanzas. Es alguien cuyo corazón difícilmente la va a convencer a sí misma de incurrir en una imprudencia financiera, de servirse de recursos que no le corresponden o de involucrar innecesariamente al liderazgo de la iglesia.
Una cuarta condición es que el individuo conozca las herramientas financieras. No debemos confiar las finanzas de la iglesia en alguien simplemente porque es el más transparente y honesto. El buen administrador debe saber qué hacer con el dinero, cómo se obtiene, cómo se conserva y cómo conseguir que no pierda su valor. En fin, esta persona debe ser capaz de manejar las herramientas indispensables para la causa del ministerio. No es necesario que sea un profesional de alto nivel pero sí un conocedor. También debe buscar el mejoramiento profesional, para incrementar su eficiencia en el ministerio que se le ha confiado.
AP -¿Cómo puede una iglesia y su líder generar en la congregación un espíritu generoso sin el recurso de la manipulación?
AM - El atractivo que muchos encuentran en la manipulación es la obtención de resultados a corto plazo. Confunden a la gente y la engañan, pero, la verdad, solo obtienen el beneficio económico buscado en el menor tiempo posible. Formar un corazón generoso, sin embargo, es el resultado de un discipulado que demanda mucho tiempo. No encuentro sensatez alguna en buscar que las personas se desprendan de todos sus bienes, y menos utilizando el emocionalismo momentáneo. Más bien deberíamos enfocarnos en enseñar a las congregaciones a entender que sus aportes son no solo bendiciones para el reino, sino también un privilegio, pues darnos unos a otros para lo necesario es toda una dicha.
Deberíamos entender también que solo en el curso de un discipulado sano nuestros miembros aprenderán a dar de manera espontánea, sostenida, pensada y voluntaria. A mi entender, la manipulación es absolutamente inadmisible en un pueblo que quiere proceder con transparencia.
Otro elemento crítico en la formación de los individuos es la información financiera clara. Con reportes transparentes se le da a la gente la oportunidad de pensar y elaborar un plan para decidirse a colaborar. Empero, pareciera que en América Latina los líderes no confían en el criterio de su iglesia. Es como si temieran que su gente tenga la capacidad de apoyar por convicción y entonces deciden usar la manipulación. En cambio, si el liderazgo justificara la inversión por el beneficio, el cual es valioso, y partiera de la visión de la iglesia, la gente respondería. En ocasiones nuestros proyectos están desproporcionados, pues la inversión no se justifica por el beneficio que busca o está alejado de la visión original del ministerio. Esta puede ser una de las razones por las que a muchos no les gusta dar detalles de lo que pretenden hacer. El problema es que así se termina cayendo en un sistema donde la manipulación es la alternativa de captar recursos para lanzarse en lo que es más bien un proyecto del pastor y no necesariamente de la congregación.
Un pastor o líder debería tener muy claro la identidad, visión y propósito de su congregación. De esta manera los miembros podrían apreciar que los recursos de la comunidad también están al servicio de esa visión. Por eso, es responsabilidad del líder mantener una congregación cohesionada por la visión que el Señor les ha dado y enseñarla sobre cómo la comunidad puede sostenerse. De otra manera no es posible
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